mayo 21, 2020

Inversión socialmente responsable: ‘Vacuna’ contra riesgos geosanitarios

A pesar de que los seres humanos nos reconozcamos como entes racionales capaces de analizar situaciones críticamente y tomar decisiones lógicas, algunas, como la provocada por el COVID-19, nos devuelven a la dura realidad. No estamos tan evolucionados o, parafraseando a Drucker, “Fear eats logic for breakfast”. En resumen, que el miedo sigue siendo una fuerza atávica tal que nos empuja a reaccionar, antes que pensar.

Además, este nuevo cisne negro no es una guerra en un país emergente, ni un atentado, ni un golpe de estado que afecte al precio del petróleo, amenazas geopolíticas a las que estamos acostumbrados en los mercados. Tampoco es una crisis financiera ni un escándalo contable, situaciones previstas en la macroeconomía o en fallos del sistema financiero que se repiten cada cierto tiempo. El COVID-19 es global y particular: afecta en todo el mundo, económica y personalmente, a miles de millones de individuos en nuestros hábitos de vida.

En este entorno de máxima incertidumbre y amenaza global, la respuesta de los mercados ha sido la normal, atendiendo a la psicología de masas: pánico. Índices cayendo más de un 30% en un mes, records históricos de pérdida bursátil en un solo día y sobrerreacciones generalizadas en los inversores conforme la pandemia ha ido extendiéndose. Pasado marzo, durante el mes de abril los mercados han sobrerreaccionado en sentido contrario, recuperando la mitad de la caída, pero todavía existen graves dudas de cómo va a ser el mundo post COVID-19, lo que no ayuda a la estabilidad de los activos y genera mucha ansiedad en los inversores.

De las pocas consecuencias que podemos dar por seguras, es la toma de conciencia de los inversores respecto de los riesgos asociados a la salud humana y sus efectos en la economía mundial. Es decir, a partir de ahora, tenemos que introducir los riesgos de ‘geosalud’ (geohealth risks) en nuestra ecuación de toma de decisiones de inversión. Pero, ¿cómo hacer esto? Evidentemente, seleccionando activos y empresas que estén mejor preparados ante ellos, tanto para evitarlos, como para reaccionar. Cuestión que parece una tarea imposible para personas acostumbradas a tratar exclusivamente con datos financieros.

Afortunadamente, el mundo económico y la sostenibilidad llevan ya muchos años convergiendo. Después de todo, la economía depende de las personas, como hemos recordado dolorosamente estas semanas. Dentro de la inversión financiera, la Inversión Socialmente Responsable (ISR) -que supone la integración de factores ambientales, sociales y de gobernanza, ASG o ESG, en inglés, en las decisiones de inversión-, está creciendo a doble dígito en el mundo desde hace varios años y ya está integrada en un tercio de los fondos de inversión que se comercializan en España.

La ISR tiene dos implicaciones principales para nuestras inversiones. Por un lado, el control de riesgos extra-financieros ASG, entre los que podemos incluir los efectos de una pandemia. De este modo, las empresas que tienen mejores indicadores sociales (por ejemplo, la seguridad y el cuidado de la salud en el puesto de trabajo) están menos expuestas a esta crisis y el impacto en su actividad es menor. Por otro lado, tenemos el impacto social de la empresa, independientemente del sector en el que se encuentre. Las iniciativas solidarias que hemos visto durante este periodo no sólo responden a una mayor conciencia empresarial, sino, también, a la necesaria respuesta que espera la sociedad de sus empresas frente a una amenaza como la actual.

Como quiera que cada vez disponemos de más información, herramientas e indicadores para medir tanto el desempeño ASG como el impacto social de empresas cotizadas y emisores de deuda, las consecuencias en su comportamiento bursátil es fácil de imaginar. Así, hemos podido comprobar en estos dos últimos meses cómo las empresas sostenibles se han mostrado más resilientes en las caídas y más ágiles en la recuperación. Por ejemplo, en el caso del índice bursátil MSCI Europe ESG Leaders no sólo supera mejor la crisis que el resto, sino que ya reflejaba un mejor comportamiento en los últimos dos años.

Como ejemplo más concreto, la SICAV DP Ética Valor Compartido, que invierte en los principales fondos europeos ISR, buscando la máxima diversificación, no ha sido inmune al impacto en los mercados, pero la pérdida de valor durante las semanas de la crisis ha sido la mitad que su benchmark no-ISR y su recuperación mucho más rápida.

Como podemos observar, las pruebas empíricas de las ventajas de la ISR frente a la inversión tradicional son más evidentes durante las crisis -y esta está siendo muy violenta-, lo que está convenciendo a cada vez más gestores a adaptar este estilo de inversión y, por tanto, incluir a estas compañías en sus carteras, lo que sostiene su valoración y refuerza su comportamiento positivo en los mercados.

Después de todo, detrás de las gestoras y los inversores institucionales hay también personas que están sufriendo muy de cerca las consecuencias del COVID-19, incrementando su concienciación social y el incentivo de ‘hacer algo’ dentro de su actividad profesional, por muy alejada que esté de la seguridad sanitaria. Manifestaciones tan importantes como la carta anual 2020 de BlackRock –la mayor gestora de fondos del mundo-, en la que anunció la integración de la sostenibilidad en todas sus inversiones, ayudan al necesario cambio en un sector tan crítico para todos como el financiero.

El COVID-19 va a cambiar el mundo como lo conocemos, y el sistema económico no va a ser una excepción. Esta crisis está teniendo unas consecuencias personales y familiares terribles, pero en el terreno financiero está suponiendo un gran impulso para que gestionemos nuestros recursos de modo más responsable y sostenible. Desgraciadamente, muchas veces los seres humanos necesitamos un accidente tan grave como este para reaccionar. Afortunadamente, tenemos los medios -y ahora el convencimiento- para hacerlo y convertir el sistema financiero en una herramienta poderosa que mejore la seguridad y el bienestar de todos.

Fernando Ibáñez, director general de Ética.

Artículo publicado en Diario Responsable

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